El tercero hallado–creado y el otro del objeto

Recientemente destacamos el papel fundamental del objeto en la constitución del aparato psíquico y lo referimos a la relación del niño con su madre, en la que éste encuentra en ella un objeto vivo que lo contiene y le permite transformar sus excitaciones y angustias a través de su propio psiquismo, es decir, de su función alfa.

 

El niño halla, pues, en el camino hacia su satisfacción aquel tercer elemento que corresponde al padre simbólico de Lacan, por medio del cual la madre le aporta una satisfacción no sexual, es decir, de meta inhibida, codificando y decodificando, en una operación única, los gestos y pequeños gritos del infante.  Por este significante, que llamamos Nombre–del–Padre, el niño encuentra los límites de su excitación –primero somática y luego pulsional- y se abre a la interiorización de los brazos maternos presentes, como testimonios de aquel cuerpo erótico perdido.

 

Ese símbolo hallado constituye el otro del objeto[27], llamado así porque aún estando en el interior de éste no se corresponde con él ni tampoco con el sujeto.  En otros términos, es por la presencia del otro del objeto por el cual el niño podrá representarse a sí mismo como un tercero separado de su madre, abriéndose las puertas tanto de la simbolización como de la fantasía de la escena primaria –pues, evidentemente, es sobre la madre erótica que domina el otro del objeto–.  Es decir, el padre simbólico está constituido por aspectos narcisistas de ambos miembros de la pareja madre–bebé, y ello sin implicar que una parte de tal corriente erótica –resignificada ahora en cuanto ausente– no permanezca alternadamente en lo subterráneo[28].

 

La estructura triangular de base

Estamos haciendo referencia, evidentemente, al Complejo de Edipo como estructura fundamental del psiquismo; complejo parental, por cuando precede al niño, complejo infantil, en tanto actualiza su virtualidad originaria a través de las inhibiciones eróticas y la fantasmatización.  Siendo el tiempo inaugural de la simbolización, la gesta de la representación significa un modelo paradigmático del tiempo psíquico y el pensamiento espiritual[29], pues entre aquellos tres partícipes primeros, el sujeto, el objeto y el otro del objeto, se articulará la célula subjetiva –según la nombra Green–, formalidad en repetición simbólica puesta en juego cada vez que el aparato psíquico se pone en movimiento, fundando las relaciones en el psiquismo, el cual es terceridad y representación. 

 

Sin embargo, el otro del objeto no se contentará con ser una simple remisión hacia la madre y el niño, sino que agregará a estas, una tercera: la referencia al absoluto, ineluctablemente nacida al dar cuenta de las otras dos ausencias puesto que, bajo tales condiciones, no puede él mismo no hacer espacio a la Ley por la cual las instaura y bajo la cual él mismo existe.  Tercera entre terceros, la Ley del otro del objeto, constituye un punto capital en la acción representativa, pues es, por así decir, su leit motiv[30].

 

Esquemas y fantasmas

Al incorporar Green otros cuatro fantasmas originarios a los ya previamente consabidos, a saber: de separación y pérdida, de penetración destructiva, de expulsión y vaciado y –por último– de autonomía y autólisis[31], nos posibilita pensar nuevamente algunos aportes al Complejo de Edipo.  En este sentido, tengo la impresión que si el camino de Lacan nos conduce inexorablemente hacia la castración y el significante, el de Green lo hace hacia la separación y la representación-símbolo, y esto bajo una doble vertiente o condición: la primera, por cuanto la separación –la ausencia– es un camino intermedio entre la pérdida y la intrusión, dos posiciones objetales enloquecedoras y pasivizantes en sus efectos[32], y la segunda, pues el símbolo –heterogéneo, lo sabemos– es el tercer camino inaugurado por la transicionalidad.  La preocupación se desplazaría, así, de un sentido a otro: por un lado, de una castración como emisaria de una más general falta existencial, hacia la separación como clave de bóveda de la solitaria, y también existencial, alteridad, y por el otro, del significante como anhelo puro de indeterminación necesaria, hacia el símbolo –o más genéricamente, la representación– como tercera realidad omnipresente en la que mundo y alma, realidad y cuerpo, confluyen para remitirse mutuamente.

 

Símbolo y ausencia son, por lo tanto, vértices de lectura del Edipo, según lo indicamos anteriormente.  Es decir, los fantasmas negativos, como la separación y la autonomía, estarían presentes en la formulación final del Complejo de Edipo, pues éste, en tanto es complejo nuclear, los incluiría y resignificaría; pero más aún, si tenemos en cuenta que, ya desde el inicio, el otro del objeto está remitiendo necesariamente a un padre simbólico antes de su aparición real o su formulación imaginaria en el fantasma[33].  Sirva de ejemplo también lo comentado por Green respecto a la escena primaria[34], ante la que el niño debe o bien separarse de ambos padres, asumiendo cierta cuota de impotencia, que tramitará a través sus fantasías, o bien intentar separar a ambos para ubicarse nuevamente en ese centro que alguna vez imaginariamente cree haber ocupado.  Otro tanto podría decirse de la capacidad de estar solo en presencia de la madre –o del analista– en la que la separación y la distancia óptima es el motor de la autonomía y la representación[35].

 

Los grandes ausentes

En síntesis, en los desarrollos de la representación hallamos aquel movimiento que comienza con los esquemas primordiales, se continúa con la ausencia erótica, transcurre por la constitución apres-coup de los fantasmas originarios y culmina en el Complejo de Edipo y de Castración; y rescatamos, en dicha formulación, el doble tiempo del pensamiento originario y del fantasma de lo originario[36] pues, sin confundirlos, distinguimos que los fantasmas originarios son aquellos que están impresos en negritas, según la expresión de Green[37], y que constituyen la matriz simbólica de todo proceso de pensamiento.  Dichos fantasmas, construidos a medio camino entre los esquemas primordiales, que aportan su máxima significación, y la experiencia, portadora de esa mínima analogía necesaria, son los ejes de referencia para la construcción de los fantasmas posteriores, es decir, de aquellos que harán las veces de summa en relación a dichos primma[38]. 

 

En cierto sentido, que probablemente peca por simple, podemos observar que si el modelo del psicoanálisis se atreve a leer el Complejo de Edipo en las obras culturales es a raíz que tal complejo tiene una formulación simbólica que traspasa la obra literaria, y se convierte en modelo de la comunicación humana al constituirse como una fantasía colectiva.  El Edipo es, en definitiva, transpersonal, pudiendo decirse lo mismo acerca de los otros fantasmas originarios, por cuanto son un saber social silenciosamente transmitido aportando los significantes claves de interpretación de la experiencia tanto subjetiva como colectiva[39].

 

Identificación y relación de objeto

En el modelo del Edipo completo la identificación y la relación de objeto se contraponen doblemente, pues reconocemos su vertiente tanto positiva como negativa –dando lugar a la consabida ambivalencia–, tal como lo desarrolla teóricamente Freud.  En las ideas de Green esta lectura está presente y es motivo de una dedicada atención[40].

 

Para comenzar, debemos hacer explícita una idea que insinuamos anteriormente.  Al hallar el otro del objeto, que es dicha instancia vinculante entre el niño y la madre, éste puede separarse de aquella e inaugurar el camino de la autorreferencia.  Sin embargo, tal proceso supone una operación doble: la más evidente, la del borrado de la madre, alucinación negativa de su cuerpo erótico como puesta en correspondencia con la ausencia materna, y la otra como condición de esto, la identificación primordial con el padre, es decir, la incorporación creativa de aquella instancia unitiva como vía necesaria de la primera operación.  La identificación con el otro del objeto, por lo tanto, permitiría al niño portar en sí mismo la ausencia materna –a la que aquél remite– diferenciándose de su cuerpo a fin de dar lugar a la posibilidad simbólica del reencuentro.  Tal acto psíquico lo correspondería a la introyección de la estructura enmarcante –o encuadrante–, análoga del holding materno –posible, a su vez, por la contención paterna– y portadora en su interior, si vale la expresión, de aquella ausencia que es fruto de la alucinación negativa del objeto.  En síntesis, tal sería, pues, la condición esencial de toda posible representación posterior sostenida en el modelo edípico de la identificación y la relación de objeto.

 

Sin embargo, este momento inaugural del simbolismo estaría precedido, según lo entiendo, por uno anterior que, tal vez, debiéramos llamar pre–simbólico, o indexal[41], constituido por un primer movimiento de búsqueda hacia la madre, y que culmina cuando el niño se cruza en el horizonte Preconsciente materno con el Nombre–del–Padre, con el otro del objeto.  Este último desarrollo, recién ofrecido, no se corresponde directamente con ninguno presentado explícitamente en la obra de Green, sino que constituye una suerte de previsión necesaria construida a través de otras ideas sí greenianas, como son el trabajo de la representación en el Fort, Da![42], las referencias a la obra de Bion o Lacan –como ejes teóricos básicos–[43], o el tratamiento que él hiciera al referirse al doble trastorno en su relación con la transferencia analítica[44] o al análsis de las obras de teatro[45].  Realizada la salvedad correspondiente, hacia estas otras nociones nos dirigimos[46].  

 

 

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Transferencias >>

 

 

     

 

[27]André Green, El lenguaje en psicoanálisis, p. 136; y también, André Green, Edipo, Freud e Nós en O desligamento, p. 112

[28] André Green, Edipo, Freud e Nós en O desligamento, p. 117

[29] André Green, El lenguaje en psicoanálisis, p. 129

[30] André Green, El lenguaje en psicoanálisis, p. 182ss; y también, en el mismo libro: figura 3, pág. 125 y figura 18, pág. 181.

[31] André Green, La diacronía en psicoanálsis, p. 92

[32] André Green, De locuras privadas, p. 256-236; y también, André Green, La diacronía en psicoanálisis, p. 105

[33] André Green, Sobre a Terceiridade en André Green e a Fundaçao Squiggle, p. 35

[34] André Green, Edipo, Freud e Nós en O desligamento, p. 107-108

[35] André Green, El lenguaje en psicoanálisis, p. 113

[36] André Green, La diacronía en psicoanálsis, p. 67 y 71-75

[37] André Green, La diacronía en psicoanálsis, p. 85

[38] André Green, La diacronía en psicoanálsis, p. 75-80

[39] André Green, La diacronía en psicoanálsis, p. 85-90

[40] Cf. André Green, “Los fundamentos diferenciadores de las imágenes parentales“ (1966), presente en La metapsicología revisitada.

[41] Las referencias a “Ícono, índice y símbolo” en tanto nociones semiológicas de Charles Sanders Peirce pueden encontrarse en Charles Peirce, La ciencia de la semiótica, pár. 257-259

[42] André Green, El lenguaje en psicoanálisis, p. 91-92 y André Green, La diacronía en psicoanálsis, p. 144

[43] André Green, De locuras privadas, p. 25

[44] André Green, El lenguaje en psicoanálisis, p. 153-174

[45] André Green, El complejo de Edipo en la tragedia, p. 17-21

[46] Cf. infra “El doble trastorno y la doble transferencia”