Los distintos dispositivos de la representación

En este apartado habremos de asumir el desafío que nace de concebir las analogías entre los diferentes “dispositivos”[47] a los que el sujeto se anuda, e intentaremos mirarlos desde el punto de vista de la representación.

 

Así, por ejemplo, el encuadre se caracteriza por la ausencia perceptiva del analista, cuya consecuencia primera es la convocatoria a la fantasía, al saber de transferencia donde el analista ocupa el lugar de algunos objetos inconscientes del analizante, y esto fundado en que al mermar la percepción, se pone en movimiento, casi inexorablemente, los caminos de la memoria.  El analista se muestra, así, como un objeto causa, y ausente, de la transferencia.  Sabemos que tal función del analista, y la respuesta del analizante, están sostenidas por el encuadre, por las limitaciones que impone a ambos, y que conlleva a la pregunta por la inhibición de meta sexual.  Green ha realizado la comparación en la que el analista ocupa el lugar de la madre ausente, permitiendo al analizante estar solo en presencia de alguien, tal como lo pensara Winnicott.  El padre simbólico también está presente en el análisis, haciéndolo desde su ausencia, pues el encuadre ocupa ese lugar tercero que vincula a ambos miembros de la pareja y comporta la respuesta al analizante por las palabras veladas del analista tanto como devela el sentido de la transferencia a y sobre este último.  El objeto analítico se forma, entonces, en función de ese padre simbólico ausente que permite un espacio de reunión potencial entre los dos discursos presentes[48].

 

Este esquema, por el cual comencé nuestra reseña de los dispositivos por ser, quizás, el más familiar al lector–intérprete[49], ha sido repetido con modificaciones, lo notamos, en otros dispositivos nombrados por Green.  Al teatro, por ejemplo, también le suceden modificaciones y ausencias perceptivas, pues es justamente en razón de una sala separada del mundo real por la que el espacio teatral convoca al espectador para decirle algo.  Existen, además, otras divisiones teatrales: una que separa el escenario del espacio tras bastidores y aquella que lo separa de la platea, la zona en la que el espectador reside.  En este esquema, nos parece hallar nuevamente algunos objetos perdidos tras el decorado y otros invisibles tras la mirada del público, dos metáforas de lo inconsciente y de lo callado, de aquellas –ambas– sombras propuestas para el duelo y la sutura, que estarán a cargo de la obra, los actores y el espacio del escenario, donde cada uno leerá su propio ser–así.

 

La semejanza se extiende también hacia el juego y el rito.  Tomemos el Fort, Da! para no alejarnos de Green en su análisis: el dispositivo de juego incluye una cama, detrás de la cual podía ser arrojado el carretel para perderse a la percepción, y luego a la vista retornar con un sentido nuevo tras un golpe de cordel.  Entre el niño y aquello más allá de la cama se constituía un juego que él ignoraba, en tanto sujeto, pero al que Freud estaba convocado a presenciar.  El análisis del rito, por último, nos muestra también dicha analogía, al definir un espacio y un tiempo separados del resto del espacio y tiempo ordinarios, profundamente marcado por una serie de objetos consagrados prohibidos que los alejan de todo contacto posible y fuerzan al participante a dejarse guiar por las rígidas leyes que lo constituyen –al ritual[50]– vinculándolo con tales objetos intangibles.

 

El doble trastorno y la doble transferencia

El camino precedente nos conduce a descubrir que el lugar del sujeto, el objeto perdido, y las leyes que los unen –y desunen– son elementos a considerar esenciales si deseamos comprender, desde el punto de vista del psicoanálisis, los fenómenos de realidad social[51] que estamos invocando, es decir: el juego, el rito, el análisis, el teatro, el mito...

 

Indicamos anteriormente el doble movimiento que supondría la simbolización, al dividirlo en uno indexal y en otro propiamente simbólico, por haber seguido analógicamente el recorrido que hiciera Green al desgranar el juego del Fort, Da!.  Según lo concibo, este doble movimiento no es distinto a los estudios que realizará nuestro autor tanto acerca del llamado doble trastorno, o doble vuelta, como de su propuesta de la doble transferencia sobre objetos y palabras.  Intentaré fundamentar mi posición en algunos de sus desarrollos.

 

Al analizar la situación teatral Green concibe un expectador proyectando sus objetos inconscientes sobre el escenario y volviendo a encontrarlos; es decir, él mismo, que antes miraba, ahora era mirado, pero con una diferencia: tal retorno sobre sí mismo no es idéntico al anterior, sino que retorna invertido, es decir, en la posición de un saber sobre la verdad, pero no de un simple saber la verdad.  Esa misma construcción Green la utiliza para dar cuenta de lo que le ocurre al crítico analista de textos: al analizar el texto, como el discurso de un analizante, el analista se encuentra por tal texto analizado pues, en la construcción del objeto intermediario entre ellos –un nuevo texto– el analista reencuentra su propio inconsciente –por mediación, naturalmente, de aquello que está preconscientemente a su disposición–.  En este caso, el analista deposita sus objetos sobre el texto y los vuelve a encontrar “traducidos” –si se me permite la expresión– por la pluma del autor.  La analogía se extiende, sin más demora, hacia el análisis, en la que Green describe la transferencia sobre el objeto y la transferencia sobre las palabras; en el primer caso, el objeto es el analista, sobre el que se deposita la transferencia de los objetos de deseo y, en el segundo, las palabras son aquellas sobre las que lo inconsciente pulsa o, siguiendo su expresión, son aquellas desenlutadas[52].  Dichas palabras, evidentemente, no son solamente las de un analizante que monologa infinitamente, sino las de al menos un par de sujetos reunidos por un encuadre en la construcción de un objeto analítico en común por medio del cual las palabras de ambos discursos se combinan para darles a entender algo más que ellas mismas, es decir, referirlos a objetos ausentes.  Transferencia sobre el objeto y sobre las palabras serían, por lo tanto solidarias: el analizante proyectaría sobre el analista sus objetos perdidos y encontraría, a través del discurso de éste, los símbolos mediadores necesarios para lograr una mayor comprensión de sí mismo ampliando su autorreferencia, es decir, su autoanálisis[53]. 

 

En breves palabras, es del modo recién descripto como concibo la dinámica en juego a través de dichos dispositivos, como si, comparándola con el proceso entre el niño y la madre, el niño hallara en el preconsciente materno ese signo tercero que le facilita la separación y la autonomía; signo ése que es, naturalmente, un ausente que ausenta; lugar ocupado, para los casos anteriores, por el encuadre, las reglas del juego, del rito o de las formas teatrales y literarias, que tanto permiten mantener el objeto perdido fuera de la percepción –para favorecer la transferencia sobre el objeto–, como proponer la solución de sutura –la transferencia sobre la palabra– según cada medio específico[54].  Entonces, existe una doble transferencia apoyada en un doble trastorno, pues mientras en el primer momento transferencial el sujeto no puede más que encontrarse a sí mismo en el recuerdo, en el segundo no puede otra cosa más que perderse a sí mismo en el sistema significante para, al menos, poder decirse en algún sombrío sentido.

 

El objeto transnarcisista

El objeto analítico, que Green describiera como participando del doble discurso de la pareja analítica, no constituye el único objeto transnarcisista según lo desarrolla en sus escritos; por el contrario, dicho objeto conformaría, más bien, un tipo de objeto, como puede entenderse el que nace cuando el lector de un texto construye interpretando un puente entre sí mismo y el autor para lograr esa comunicación anhelada, de un modo análogo a lo que sucede en el teatro.  El objeto transnarcisista es, por lo tanto, un objeto vinculante y potencial, que se ubica entre dos sujetos oficiando de mediador para ambos inconscientes y permitiendo los movimientos conjuntos o individuales de unión y separación.  Es posible, también, que sea éste objeto al que Green llama fantasía inconsciente en común, pues ésta es la que permitiría la comprensión del otro; y no me alejo de la línea de su pensamiento, asumo, si considero este objeto transnarcisista desde la perspectiva del doble trastorno o la doble transferencia, según lo indicado anteriormente, pues estos movimientos transferenciales serían aquellos que permiten dicha construcción común.  En tal sentido, y por medio del enlace con las palabras u otros símbolos, el objeto transnarcisista estaría constituido por elementos preconscientes de ambos sujetos, entre lo proyectado y lo introyectado, entre lo encontrado y lo re–creado, permitiendo una comunicación de inconsciente a inconsciente a través de un código común, análogamente a lo ocurrido, otrora, entre el niño y la madre.

 

Ausentes y Dobles están entre nosotros

De este modo el objeto transnarcisista estaría constituido por los dobles de dos ausentes, según lo enuncia Green.  En cada caso –teatro, rito, juego, análisis– encontramos los dos ausentes de rigor y el objeto transnarcisista, único para cada sujeto, que lo une y separa del otro.  Desde el punto de vista del psicoanálisis aceptamos que el gran ausente del discurso es el inconsciente y, con ello, el complejo edípico; así, en esa perspectiva, durante el proceso de análisis se produce, por duplicado, un discurso como doble de cada inconsciente: uno para el analizante y otro para el analista; discursos de dobles que se combinarán en un tercero, el objeto transnarcisista –en esta ocasión, nominado objeto analítico–.  Analógicamente, la situación se repite ante la lectura de un texto escrito: encontramos suturas, privaciones, desvíos... indicándonos todo esto, en tanto lectores–intérpretes, aquello ausente del texto –y no del autor– que nos permite, en conjunto con el propio inconsciente, construir un espacio potencial de significación donde texto y representación se juegan.

 

El camino mitológico del psiquismo

Tal vez por este proceso, y ya para culminar, no pudiéramos dejar de lado la realidad de los fantasmas originarios como herencia social.  En este sentido, dichos fantasmas pudieran, quizás, pensarse como una fantasía inconsciente en común, facilitando el desarrollo y la constitución simbólica del Edipo y estableciendo lazos familiares necesarios para la constitución social.  Si así fuera, podríamos aventurarnos a pensar los mitos enlazándose con estos fantasmas en negrita –según aquella feliz expresión de Green–, que oficiarían de mediadores entre el Edipo y aquéllos, con el ánimo cierto de, desde este palco, encontrar bajo el disfraz del saber mitológico el hilo de aquella verdad que se torna una y otra vez indecible bajo ningún aspecto.  

 

 

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resumen y bibliografía >>

 

 

[47] Para una descripción del “dispositivo” en el Fort, Da! sugiero leer André Green, La diacronía en psicoanálisis, p. 102 y 105-106

[48] André Green, De locuras privadas, p. 317 y 323

[49] Utilizo esta expresión como ejemplo de terceridad, queriendo destacar que toda lectura implica por sí misma una interpretación, es decir, el agregado de un signo–intérprete propio del sujeto.  La noción de “signo–intérprete” puede hallarse en C.S. Pierce, La ciencia de la semiótica, par. 228

[50] Puede distinguirse “rito” como género de acción, de “ritual” como modalidad específica de un rito; así, por ejemplo, tanto un “ritual” de iniciación como un “ritual” de matrimonio constituirían diversos “ritos”.

[51] André Green, O mito: um Objeto Transicional Coletivo en O desligamento, p. 132-133; y también del mismo autor, De locuras privadas, p. 144ss

[52] André Green, El lenguaje en psicoanálisis, p. 124ss.

[53] André Green, De locuras privadas, p. 317 y 305

[54] Al hacer referencia a las “reglas” no podemos dejar de lado los objetos que las representan o las contienen, por ejemplo: bastidores, círculos, divisiones, magos y chamanes, etc.